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Donde doy vida de nuevo a los personajes que me atraparon y me arrastraron a su mundo, uno que sólamente es posible entre las páginas de un libro.
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miércoles, 14 de julio de 2010

Regalo de amor - Capítulo 4 - Nuestra primera vez (1ª Parte)


Como ya sabeís esta historia esta inspirada el la maravillosa obra de Stephanie Meyer The Host.

CAPÍTULO 4 – NUESTRA PRIMERA VEZ (1ª PARTE)

Lo cierto es que realmente no sabía lo que estaba haciendo, simplemente me dejé llevar por el deseo y el instinto. Era el hombre de mi vida, le pertenecía por completo y, ahora más que nunca, quería demostrárselo.

Anudé los brazos tras su nuca y tiré de él bruscamente, atrayéndolo hacia mí. Tuve que ejercer mucha presión pues su primera reacción, debido a la sorpresa supuse, fue apartarse.

Estiré el cuello en busca de mi objetivo, atrapar sus labios con los míos. Los entreabrí en una clara declaración de intenciones mientras volvía a tironear de él hacia abajo, y esta vez no hubo resistencia. Su lengua acepto gustosa mi invitación, frotándose y retorciéndose sobre la mía.

Cuando sus manos tantearon las mías, deshice el agarre pensando que tal vez le estuviese haciendo daño y dejé que las tomase por las muñecas, para guiarlas donde quisiera.

En el aire a medio camino de donde fuese que las llevaba. Deslizó sus manos de mis muñecas al hueco de las mías. En su avance consiguió que las estirase quedando palma con palma, dedo sobre dedo, como si pretendiese medirlos comparándolos. Luego entrelazó nuestros dedos, los suyos férreamente curvados, como para evitar a toda costa que me liberase.

Su lengua recorriendo cada rincón de mi boca de forma obsesiva, hizo que los jadeos se intensificaran tornándose desesperadamente salvajes. Ambos necesitábamos aire apremiantemente, por lo que se separó unos centímetros emitiendo un gruñido bajo de disgusto.

En un abrir y cerrar de ojos pasó su pierna sobre las mías, colocándose a horcajadas sobre mi vientre mientras mis manos, aún entrelazadas con las suyas, acabaron a cada lado de mi cabeza, firmemente sujetas e inmovilizadas contra el colchón. Su aroma embriagador inundó mi nariz amenazando con nublar mi razón, mientras su cálido aliento bañaba mi rostro.

La sensación de indefensión, de estar a merced de sus caprichos, se me antojó sumamente excitante. En definitiva, estaba perdida, pero decididamente no me iba a someter tan fácilmente, ni siquiera por el lastre de mi timidez natural, antes quería volver a disfrutar de la sensación de euforia y dominio que tuve en los túneles.

Busque sus labios, que cayeron incautos en mi trampa, los mordí. Mi intención era sorprenderle, no dañarle, así que apenas presioné.

- ¡Hey! –Se quejó apartándome cogida del pelo en una exagerada reacción.

Aproveché su desconcierto y la libertad recién recobrada de mis brazos para estrecharle fuertemente y girar quedando sobre él, aunque sin duda puso algo de su parte.

– Ahora es mi turno, mi pequeña salvaje –reclamó entre risas– acariciando mi cabello–. Vas a quedar marcada, ¿lo sabes verdad?.

Mi corazón se disparó cuando su respiración caldeó mi cuello. Su risa suave, acariciadora, precedió a sus dientes sobre mi piel.

–¡Au! Eso dolió, no es justo –me quejé. Pero él ya estaba besando el lugar donde me había mordido mientras deslizaba una mano por debajo de mi camiseta.

Alcanzó uno de mis pechos y lo masajeo tiernamente por encima del sostén. El roce logró que mis pezones amenazasen con romper el fino encaje, y de mis labios se escapó un tenue jadeo.

Sonrió asegurándome por la cintura con ambas manos y en un solo movimiento giró quedando acostado sobre mí. Su pierna izquierda, hábilmente había acabado abriéndose paso entre las mías, quedando nuestros cuerpos tan estrechamente unidos que a pesar de la ropa pude notar el alocado ritmo de su corazón sobre mis pechos aplastados, y el estado de su excitación contra mi muslo.

Cuando atrapó el lóbulo de mi oreja entre sus labios, no pude contener un pequeño gemido. Para mi sorpresa su erección aumentó en respuesta. Al mismo tiempo él se tensó. Tras lanzarme una corta mirada alzó las caderas para alejarla, sintiéndose avergonzado de mostrarme tan explícitamente cuanto me deseaba, o temiendo asustarme y que me echase atrás. Como me ocultaba el rostro, no podía deducirlo de su expresión.

– Yo también te deseo Jaime –susurre para darle ánimos, enterrando los labios en su pelo, en cuanto pude hablar con normalidad.

Se incorporó arrastrándome consigo hasta quedarnos él de rodillas frente a mí, yo sentada con una pierna todavía bajo su cuerpo.

– Me encanta esta camiseta. ¡Hum! Se te ve tan sexy que se me hace la boca agua –murmuró guiñándome y relamiéndose exageradamente.

El amplio escote de mi camiseta, siguiendo su tendencia habitual, dejaba al descubierto algo más que mi hombro izquierdo. Sus labios lo aprovecharon al máximo, tomando posesión de cada porción de piel. Comenzaron por mi garganta y mi hombro, para después bajar y seguir la línea fronteriza impuesta por la tela. Tan sólo le faltaron unos veinticinco centímetros a mi espalda para completarla. Barrió suavemente y sin prisa desde mi brazo hasta casi la parte posterior de mi nuca, donde la mano que me sujetaba el pelo, dejaba a uno de sus dedos deslizarse por mi cicatriz.

Creí que nada podría hacerme estremecer más de lo que ya lo estaba a causa de sus palabras y sus besos, con piel de gallina incluida y todo, pero me equivocaba. Aquel dedo hizo que un nuevo escalofrío recorriera mi espina dorsal y mis labios temblaran, hasta que los contuvo con los suyos.

Entonces soltó mi pelo, y esa mano bajo hasta el dobladillo de mi camiseta para ayudar a su compañera que ya empuñaba la parte delantera, juntas comenzaron a subir llevándola consigo.

Sus labios abandonaron los míos para ocuparse de la piel que iba quedando al descubierto. Parecía que pretendiese besar cada centímetro de mí. Debería haber levantado los brazos cuando entorpecieron el ascenso de la tela, pero sinceramente no caí. Estaba demasiado absorta en lo que me hacían sentir sus labios y el involuntario roce de sus manos.

Noté como una sonrisa curvaba sus comisuras. Apoyadas en ese momento sobre mi piel.

– Cariño, te importaría ayudarme un poquito. Se buena y levanta los brazos, anda.–Susurró ronroneante sin alzarse a mirarme.

Mientras me hablaba, su mano izquierda soltó la camiseta y resbaló acariciándome lentamente.

En aquella parte de las cuevas de día el calor era sofocante, pero al caer la fría noche del desierto la temperatura acumulada en su interior se compensaba, quedando un ambiente muy agradable en esta época del año. Sin embargo yo estaba sofocada y apunto de romper a sudar, como si estuviésemos en pleno desierto al medio día.

Me tensé cuando al llegar a la cinturilla elástica del pantalón se coló por debajo acariciando mi vientre, provocándome un estremecimiento. Aunque eso no fue nada en comparación con lo que experimente después cuando la mano invasora, saltándose también la barrera de mis braguitas, alcanzó mis rizos y comenzó a juguetear con ellos.

Eso hizo que reaccionara. Jadeé y alcé los brazos. Rápidamente su mano se retiró uniéndose a su compañera, que mientras tanto había estado ocupada trazando la línea de mi columna, para continuar con la tarea interrumpida.

– Gracias –le oí murmurar en tono divertido pero claramente malicioso, mientras me sacaba la camiseta por la cabeza–. No creas que he terminado con esos rizos –añadió en el mismo tono, aumentando mi excitación.

Estudió complacido mi reacción a sus provocativas palabras durante unos segundos y luego con voz aterciopelada me pidió que volviese a recostarme, lo cual hice obedientemente.

Tiró mi camiseta sin dejar de mirarme como si fuese una bebida helada y él un sediento perdido en mitad del desierto. Después se mordió de un modo muy sexy el labio inferior y sugerentemente bajo sus manos por su pecho, tal y como me hubiese gustado a mi hacerlo en ese momento. Agarró la parte inferior de su camiseta con los brazos cruzados y tiró deliberadamente lento de ella hacía arriba, hasta sacarla por su cabeza.

Con cada centímetro de piel que me mostraba, mi pulso aceleraba. Las manos comenzaron a sudarme, y la humedad en mi intimidad se intensificó.

Sentí un escalofrío y como se me ponía la piel de gallina, cuando tiró su camiseta del mismo modo que hizo con la mía, mientras se pasaba la lengua por los labios y me guiñaba un ojo.

– ¿Tienes frío amor? –Preguntó en tono inocente, mientras me recorría de arriba a bajo con una mirada penetrante y definitivamente matadora.

Sonreí pensando en la irónica situación. Si seguía provocándome de esa manera pronto entraría en combustión espontánea, y él me preguntaba si tenía frío. Claro que por su tono estaba claro más que segura que sabía la verdadera causa de mi estado. Y lo estaba disfrutando además.

Bien, si quería jugar... jugaríamos.

Antes de contestarle imitando su entonación, pestañeé descaradamente coqueta, bueno, al menos esperaba que se me viese así y no como una tonta, al tiempo que acariciaba con el revés de la mano la almohada.

– No. Mariposas en el estomago.

Me dedicó una sonrisa amplia que lentamente fue tornando en una picarona.

– Bueno... quizá yo pueda calmarlas.

Se inclinó sobre mí y depositó un beso en mi estomago. Con los labios aún rozando mi piel preguntó.

– ¿Mejor?

Pero no esperó mi respuesta, en vez de eso ya estaba arrastrando mi pantalón y la ropa interior, dejando al descubierto mi ombligo.

Volvió a depositar un delicado beso justo encima.

Menos mal que no preguntó nada, pues yo tenía la boca seca. Apostaría a que ni siquiera sería capaz de moverme. Incluso creo que dejé de respirar durante unos segundos.

Siguió besando mi piel cada pocos centímetros mientas ascendía hasta el borde del sujetador. Sus labios pasaron a mi cuello, y se demoró mordisqueándolo.

Sus manos abrasantes, se habían camino por mis costados hacía mi espalda, alzándome un poco. Gemí lánguidamente sintiendo como la cabeza se me iba, apenas podía pensar, tan sólo tratar de concentrarme en sentir. Sentirle a él y todo lo que me producían sus acciones.

Frotó varias veces su mejilla contra la mía. Su piel era tan suave y cálida, que la sensación era muy agradable.

Enterré mis dedos entre sus cabellos. Me encantaba su tacto sedoso. Eran como un imán para mis manos, me invitaban tanto a peinarlos como a enredarme y desordenarlos.

Sus manos acariciadoras alcanzaron el cierre de mi sujetador. Contuve el aliento mientras las notaba peleándose con el hasta logar soltarlo, momento en el que lo expulsé lentamente. Después Jaime se fue retirando despacio, llevándoselo consigo. Yo adelanté los brazos para permitírselo, conteniendo apenas un estremecimiento de puro nerviosismo, pero en cuanto quedé libre los crucé insegura cubriendo mis pechos desnudos.

No pude evitarlo.

Jaime se sonrió de forma lasciva pero teatral, mientras se frotaba las manos como si fuese el villano de alguna mala película antigua, enseguida puso los ojos en blanco para demostrar que estaba de broma.

Yo sonreí y aparté tímidamente los brazos, con mis ojos fijos en los suyos. Mi cara estaba totalmente roja, pues sentí como se me endurecían y erizaban los pezones.

Pero él ni siquiera les dedicó un fugaz vistazo. Me gustó ese detalle, sabedora de cuanto sacrificio le suponía no hacerlo. Su mirada seguía prendida en la mía y ahora su sonrisa era dulce. Por sus movimientos deduje que trataba de quitarse los vaqueros, pero no abandoné sus ojos para comprobarlo.

Se inclinó sobre mí sin perder por el camino el contacto con mis ojos, murmurando cuanto me quería y deseaba. Besó mis labios dulcemente, sólo un leve roque y continuó bajando por la barbilla, la garganta... De nuevo enredé mis manos en su cabello, cuando noté que alcanzaba uno de mis pezones.

Temblé y gemí en respuesta a las húmedas caricias de su lengua y a la succión que las precedieron. No sé cuando pasó a ocuparse del otro, mientras su mano se encargaba de no dejar abandonado al primero. Cerré los ojos y me abandoné a las sensaciones, mordiéndome los labios. Ahora si que ya no podría vivir sin sus caricias.

Mi intimidad se humedeció alarmantemente cuando bajo sus manos para tironear de mis pantalones. Me arqueé para facilitarle la tarea. Entonces decidió, que mejor nos desprendíamos también del resto de mi ropa interior. Lo agradecí, pues me avergonzaba que pudiese ver cuan mojada la había puesto.

Sin embargo no tuve suerte, en el último momento se quedó atrás enganchada en uno de mis pies.

– Vaya, vaya –comentó Jaime cuando la tuvo entre sus manos– creo que cierta personita se a excitado un poco, ¿por qué habrá sido? – sonrió maliciosamente buscando mi mirada, la suya brillaba delatando su propia excitación. –Debería darle vergüenza señorita, mira que ponerse así de mojadita sólo por ver a un chico medio desnudo.

Me estaba provocando descaradamente, lo cual me encantaba, pero al mismo tiempo se burlaba de mí y eso no iba a quedar sin respuesta.

– Mira quien fue a hablar. –Comenté lanzando una mirada significativa a su bajo vientre.

Siguió la dirección de mi mirada, aunque de sobra sabía a que me refería.

– ¡Oh! La culpa es tuya, –me acusó– por ser tan irresistiblemente tentadora y apetecible. Por cierto, esto –añadió señalando el bulto de sus calzoncillos– es otro motivo por el que deberías avergonzarte, y mucho. Te parece bonito poner así a un pobre chico –continuó con cara de niño bueno y usando un tono de fingida inocencia–. No, no está nada bien.

Me mordí el labio inferior mortificada, no se me ocurría ninguna respuesta adecuada. Él sonrió picaramente y prosiguió.

– ¿Y tú eres la que temía no saber...? –Dejó la frase sin concluir de modo muy sugerente–. ¡Hum! Bueno, como ya te dije no tengo experiencia pero... a mí me parece que vas por muy buen camino, –me guiñó un ojo– y por lo que veo –hizo una pausa para observar nuevamente mi prenda intima– deduzco que yo tampoco lo hago mal del todo.

Se pasó la lengua por los labios humedeciéndolos lenta y provocativamente, mientras me comía con los ojos. Luego se echo a reír de modo desenfadado, poniendo los ojos en blanco.

¿Sabía él cuanto me ayudaban sus bromas a vencer la timidez y el nerviosismo? ¿o lo hacía sólo para excitarme más?.

– ¡Fanfarrón! –Le dije pateando suavemente su pierna.

– ¡Au! –Se quejó teatralmente– Te haré pagar por esto –dijo arrojando las braguitas

y abalanzándose sobre mí, haciéndome cosquillas.

Me retorcí y traté de agarrarle las manos inútilmente, mientras no podía parar de reír.

No sé como me las arreglé para decir entre carcajadas y resoplidos.

– Lo... siento. Me... rindo. ¡No! Por favor... ¡Para!

Paró en seco mientras se dejaba caer sobre las palmas, colocándolas sobre el colchón a cada lado de mis hombros. Sus rodillas aún a cada lado de mis caderas.

Mi respiración y mi pulso estaban algo agitados, y no sólo por el juego. Quizá se debiese a los roces productos de el, a que mi excitación era ya demasiado poderosa, imparable diría yo, o a tener su cuerpo casi desnudo a escasos centímetros sobre mí; el caso es que ahora que habíamos parado, sentía latir con fuerza el interior de mi sexo.

Flexionó un poco los codos para aproximarse más a mi rostro.

– Te perdono –murmuró.

Me lamió lentamente el labio superior, escapando su inferior por poco de los míos. Sonrió y volvió a ofrecérmelos, pero se apartó justo cuando adelanté los míos, impacientes.

Gruñí una queja y le puse cara de pocos amigos mientras golpeaba su hombro.

Debió adorar mi reacción, pues inesperadamente me dio el beso más apasionado, profundo y húmedo de cuantos llevábamos.

En un principio, cuando empezó como un simple roce suave, planeé vengarme no correspondiéndole y cruzándome de brazos. Pero a medida que lo fue intensificando, me olvide de todo y dejé que mis manos danzasen libres por su espalda.

Permanecimos quietos mientras recuperábamos el aliento. Su frente apoyada en mi hombro, mejilla contra mejilla.

Apenas calmados, besó mi frente y comentó que ya era hora de igualar la situación. No le entendí, pero no tuve tiempo de preguntar nada.

Ante mi mirada inquisitiva, desplazó su cuerpo hasta quedar arrodillado a mi costado izquierdo, a la altura del muslo; después se levantó ágilmente en un solo movimiento y retrocedió un paso fuera del colchón, sin dejar de observarme.

Jadeé cuando vi tomar a sus manos el elástico del boxer negro, y aparté tímidamente la mirada.

Durante los siguientes minutos, que parecieron eternos, no se escuchó nada salvo nuestras respiraciones, la mía algo más agitada.

Al final, no pude resistir la curiosidad y le miré de nuevo. No se había movido ni un milímetro. Sus manos descansaban en la cinturilla de la única prenda que le cubría, exactamente igual que antes.

Se produjo una comunicación sin palabras en cuanto nuestras miradas se encontraron. Supe exactamente lo que él quería, lo que había estado esperando y esta vez no aparté la mirada.

Fue deslizándolos lentamente hasta las rodillas, quedando expuesto a mis avergonzados ojos, sin dejar de mirarme a su vez en todo momento.

Yo nunca había visto antes un pene, así que no podía comparar, pero algo en mi interior me dijo que era grande cuando se me contrajeron los músculos de forma involuntaria y tuve que obligarme a separar las rodillas, antes de que él lo percibiese.

Me sentía cohibida y confusa. Por un lado no quería mirar, por alguna estúpida razón me parecía que estaba mal, a pesar de encontrarme igual de expuesta, pero por el otro no podía apartar los ojos.

Sin duda no era tan desagradable de contemplar como esperaba. Lo único malo era que me intimidaba un poco. Verdaderamente mientras más lo pensaba, más me parecía demasiado grande para mí; así que traté de hacerme a la idea, de que era el miedo irracional a lo desconocido lo que estaba experimentando, para tratar de no entrar en pánico.

Creo que lo debió de notar en mi cara. Tal vez se me habían puesto los ojos como platos o algo así.

Tragué saliva nerviosa y eso lo empeoró.

– ¿Qué...? ¿No te gusta la vista? –Preguntó divertido–. Porque yo desde aquí tengo una maravillosa, te lo aseguró– agregó en tono juguetón.

A esas alturas debía de tener la cara del color de la sangre, sin embargo sentía frío. Estaba segura de que ese frío era cosa de mi imaginación, pues sólo unos segundos antes la temperatura ambiente era muy agradable, y yo misma ardía.

Comenzó a reírse disimuladamente mientras se inclinaba para terminar de quitarse su última prenda.

¡Dios! ¿Es que no iba a parar de humedecerme?.

Se incorporó con ella aún en la mano. En su cara había una expresión especulativa y traviesa.

Me pilló por sorpresa que me los lanzara a la cara, sin más. Por suerte tuve buenos reflejos y los aparté de un manotazo, aún en el aire.

Intentó contener la risa, sin conseguirlo, mientras sacudía la cabeza.

– Sabía que no los cogerías. Lo sabía –rió más fuerte–. Como si te fuesen a morder.

Sonreí sin poder evitarlo. De nuevo mi Jaime bromeaba para romper mi evidente estado de tensión. De haber tenido alguna duda sobre la sinceridad de su amor, sólo por eso se habría esfumado. Era la primera vez para ambos y él estaba más pendiente de que yo me sintiese cómoda y la disfrutase al máximo, que de sus propias necesidades y deseos. Para mí no había mayor prueba de amor que esa.

Se tumbó de costado, descansando la cabeza sobre la palma de la mano de su brazo acodado.

– Eres muy hermosa, sobre todo cuando te sonrojas – musitó trazando círculos y dibujos sin sentido por mi estomago.

Parecían signos mágicos, pues mi piel se erizaba y quedaba ardiendo por donde pasaban sus yemas.

En justa respuesta, tracé similares dibujos sobre su ancho pecho, estirándome a continuación para besárselo. Sus músculos temblaron bajo el contacto de mis labios. Los suyos dejaron escapar un pequeño gruñido cuando mis dedos, por iniciativa propia, rozaron sus pezones, sorprendentemente duros.

– ¡Hum! No sabes lo que me estas haciendo –murmuró cerrando los ojos.

– Creo que sí lo sé –afirmé insinuante.

Abrió los ojos y esbozó esa sonrisa encantadora, la que junto con sus ojos me había cautivado desde el primer momento. Apoyó la mano en mi hombro empujando suavemente para tumbarme, a la vez que se inclinaba sobre mí, pegándose tanto que su excitación quedó aplastada contra mi pierna.

Fingí no darme cuenta y le bese, enterrando una vez más mis dedos en su pelo enmarañado. Sin embargo ya lo creo que era consciente de su presencia cálida, dura y pulsante, de cómo se me había erizado la piel y disparado el pulso; de la descarga de adrenalina desencadenada a consecuencia de sentirlo por primera vez sin nada que nos separase, que se interpusiese entre su piel y mi piel.

– Si supieras cuantas veces y de cuantas maneras te he soñado en mis brazos –murmuró frotando nuestras narices–. Déjame probar algo, ¿vale? –inquirió apartándose lo justo para atrapar mi mirada consentidora.

Colocó su mano sobre mi rodilla y comenzó a deslizarla hacía arriba, apenas rozando mi piel, deteniéndose a medio muslo. Me estremecí al sentirla allí, y por las ganas de saber cual sería su siguiente movimiento.

Apagó mi incipiente gemido con su boca y volvió a bajar lentamente hasta la rodilla, comenzando de nuevo el lento ascenso mientras nuestras lenguas jugaban ansiosas. Al llegar a la altura donde se detuvo antes, en esta ocasión buscó la cara interior para continuar su caricia.

Instintivamente separé más las piernas, facilitándoselo. Aprovechó el espacio extra que le proporcione para colar una de las suyas. Supuse que buscando tanto comodidad, como impedir que en un ataque de pudor las cerrara de nuevo.

Notar su avance por esa zona mucho más sensible, me hizo estremecer y gemir otra vez bajo sus besos, pero mucho más intensamente.

No se detuvo hasta que alcanzó mi intimidad, que palpitaba expectante. Apenas la sintió abandonó mis labios para mirarse en mis ojos, apoyando su frente en la mía.

– Te amo tanto –susurró–. Si... si hago algo que te desagrade o incomode, dímelo.

– ¡Aja! –Jadeé.

Su mirada se endureció y sus labios se apretaron, mientras se alejaba unos centímetros para contemplar mi cara.

– ¡Habló en serio!. No quiero hacer nada que tú no quieras hacer. – A pesar de seguir hablándome en susurros, su voz tenía un matiz inequívocamente autoritario– ¡Júramelo! ¡Jura que me detendrás!.

– Te lo juro – le aseguré con la mente instantáneamente despejada.

Su expresión volvió a suavizarse, asintió y su mano cobró vida. Rozó mi entrada arriba y abajo con la punta de los dedos varias veces, después se dedicó a masajear mi punto más sensible, inflamando mi deseo junto con el. Aquello era realmente tan placentero , que mi razón volvió a irse a paseo.

Mis pezones repentinamente endurecieron y mi cabeza cayó hacía atrás, cuando arqueé instintivamente la espalda apretándome a su mano, que se detuvo y retiró a toda prisa.

Me dejé caer sintiéndome algo débil, pues aquella dulce tortura me había dejado temblando de pies a cabeza, mientras me mordía la lengua para no pedirle que continuase. Más que pedírselo, se lo hubiese suplicado.

– No sabes como me pone verte así, –susurró junto a mi oído con voz pastosa– tan entregada a mí.

Sus manos atraparon mis pechos, acariciándolos, aplastándolos, pellizcando los pezones para endurecerlos todavía más.

No pude contenerme más, no quería eso, al menos no eso sólo. Necesitaba que también volviese a tocarme como antes, así que comencé con mi suplica, solo que no me dejó terminar.

– Jaime, por favor...

– Por favor, ¿qué?. –Preguntó travieso– ¡Esto? –Tomó un pezón entre dos dedos y lo frotó suavemente– ¿o esto otro? – Se retiró hacía abajo, dejando un rastro de besos y caricias camino de mis ingles.

Yo cerré los ojos sintiendo mi cuerpo quemarse en cada parte que él tocaba, mordiéndome los labios para no gemir alto. Estaba más que preparada para recibir el ansiado roce de sus dedos donde tanto los deseaba, pero no para lo que sucedió realmente.

Su lengua recorrió mi entrada buscando mi centro, al mismo tiempo que sus fuertes manos contenían mis rodillas, que trataron de unirse en un acto reflejo.

Más que gemir, solté un gritito de sorpresa y aferré fuertemente los bordes del colchón. El placer que su lengua traviesa me estaba proporcionando, dedicada a trazar círculos sobre mi hinchado clítoris, era indescriptible e insoportable, casi me sentía morir de puro gozo.

Rompí a gemir como una posesa. Traté una y otra vez de murmurar su nombre y cuanto le amaba, pero creo que no me salía nada coherente.

Paró de pronto y alcé la cabeza tratando de enfocar su cara. Parecía...¿algo preocupado?. Entonces caí en la cuenta de que mi respiración era demasiado entrecortada. Me faltaba el aire, pero le sonreí para demostrarle que estaba mejor que bien, y él me devolvió la sonrisa. Después se inclinó de nuevo, comenzando un ascenso lento con sus labios rozando mi piel, besando aquí y allá.

Dejé caer la cabeza y busqué la suya con ambas manos en cuanto llegó a mis senos. Enredé mis dedos en sus largos cabellos, repitiéndole todo cuanto había tratado de decirle antes, mientras los saboreaba. Apenas terminé de hablar, se lanzó desesperadamente en busca de mis labios.

Entonces supe que había llegado el momento. Pronto Jaime entraría en mí, me haría mujer. ¡Su mujer!.

2 comentarios:

  1. Comentarios traidos desde: Las huespedes lemmoneras

    ♥yuri♥ dijo...

    ♥ holaaa elctrica me salte los demas capis solo para leer este jijiji k
    hasta calor me dio jajajaja buenisimo linda muaskkkkk sigue asi!!!!!♥
    13 de mayo de 2010 16:54
    anny lautner dijo...

    ♥holiissss♥
    uff que calor haha
    hey te quedo super padre hasta me sonroje de estarlo leyendo
    haha sigue asi
    I love your fics!!!
    add me candygirl_2909@hotmail.com
    4 de junio de 2010 19:10

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  2. From: Lyhaane 'Swan desde www.fanfiction.net
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    como es posible k m dejes asi? dios! tengo k seguir leyendo... me encantó el
    cap...

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